domingo, 13 de abril de 2008

¿Por qué hay que sonarse la nariz?

Hay veces en las que uno tiene ganas de hacer un trillón y medio de cosas, y puede imaginar cuán realmente bien se sentiría dedicándose a alguna de ellas. No me refiero a deseos destinados a aplacar “necesidades sensoriales” o a provocarse una rápido y barato placer sensorial (aquel amado por el payaso Mc. Donalds – ((A propósito ¿Por qué es tanto menos famoso el payaso que su restaurante?, es decir, ni siquiera apareció nunca en los Simpons o algo así))-), sino al infinitamente vago deseo de hacer algo que necesite al menos un pedazo del alma, como ejemplo, en mi caso, esas ganas pueden tomar la forma de hacer algún tema (musical), de escribir algo (como esto), de compartir algún momento con alguien, de resolver algún drama existencial usando las matemáticas (¡Houston…!), de ir a algún lado… puede tomar muchas formas (no importa cual, con tal de que ninguna de ellas sea el ver una película de Tristán).
En fin, son cosas que realmente uno tiene ganas de hacer y no que se siente obligado a hacer. Esos momentos son positivos, lo llevan a uno a querer crear algo de una manera u otra, aunque no suele ser fácil manejarlos. Debe ser común que a uno, estos pensamientos se le presenten como indefinidos (uno no ve exactamente lo que quiere hacer como si ya lo hubiera hecho) y además que aparezcan muchos a la vez. De hecho, esto debe ser así en cierta medida puesto que, de lo contrario, esas actividades estarían completamente determinadas y la creación personal no tendría lugar.
Entonces, como es característica principal de la vida, no hay un único e ineludible camino a seguir, muy lejos de eso, hay infinitas formas posibles de moverse y es ahí cuando llega el momento de “dejarse llevar”, o de “dejarse dirigir por el alma”, o de obrar sin detenerse a calcular detalladamente los pasos a seguir. Cuando uno logra hacer las cosas de este modo, le queda, al finalizar, una sensación de satisfacción y la idea de que uno hizo realmente lo que “tenía que hacer” en el momento adecuado, que aprovechó el tiempo de la mejor manera posible.
Pero ocurre que a veces se actúa en pos de aprovechar el tiempo en forma óptima, siendo éste el objetivo principal y aparecen ahí los problemas porque aquello no debe ser un fin, solo es una consecuencia. No hay manera de determinar esta forma óptima de actuar de antemano, ya que el mismo término “óptima” acá no tiene ningún sentido, es como querer pintar el mejor cuadro posible y surge una situación como:
"¿Por dónde empiezo, por el pie del tipo?, esperá, ¿Por qué era que tenía que ser un tipo? Entonces empiezo por el cielo, sea lo que sea debe tener cielo… Agghhh, mejor voy a lo del pobre payaso relativamente-poco-famoso a comer un ¡Super Mac!".
Cuando no se encuentra esa conexión con la vida misma aparece sintoma del espacio vacío que no halla el modo de ser llenado. Entonces, uno puede ponerse pensar trabajosamente en un título para una historia que haya escrito y nunca llegar a tener la sensación de plenitud que se siente al encontrar el correcto, y es cuando uno trata de abrirse paso “a la fuerza” para encontrar esa pieza fundamental probando con decenas de ellos, sin que ninguno le deje sensación de saciedad. Ahí está tratando de buscar la forma óptima (título óptimo) de antemano y por eso no la encuentra, es como un perro buscando un hueso con la mirada. La moraleja sería, entonces o pintar el hueso de verde fluorescente o destaparse la nariz. Si uno no sabe como hacerlo, puede poner cualquier título e irse a almorzar (ejem) .

domingo, 6 de abril de 2008

Esto que viene es una especie de juego.

El archiconocido detective Sherlock Holmes tenía la extravagante habilidad de poder deducir, con solo mirar detenidamente algún objeto personal de quien sea, algo de su historia, sus costumbres, rasgos de su personalidad y en ocasiones hasta algunas de sus características físicas. Sus habilidades para hacerlo eran extraordinarias (y además tenía la infinita ventaja de ser un hombre inventado), pero quizás no sea tan imposible sacar algunas conclusiones a su manera. La idea acá, hasta que la tecnología dé el paso que necesitamos y nos deje manipular la materia a distancia, es hacerlo mirando fotos. Tanto mejor cuanto más personales e individuales (que pertenezcan a una sola persona) y cuanto más tiempo hayan estado los objetos en posesión de su dueño.

El primero es fácil, traten de proponer sus ideas y vayamos viendo lo que va saliendo, yo no voy a decir nada porque sé muy bien de quién se trata, lo que me daría demasiada ventaja. Mándenme fotos que cumplan esas condiciones para seguir entrenando las habilidades Sherlockianas.